MITOS


PULOWI 1


Entre los Wayuù de Topia siempre  se recordará a Mashay, el inquieto enamorado, gavilán al acecho de las mas tiernas majayu’ulus de las pampas. Mashay era el único hijo del cacique Cataure, el poseedor de los más imponentes caballos que pisaran las pampas guajiras, dueño de incontables racimos de ganado vacuno y caprino, hombre merecedor del respeto y pleitesía de la región. Su debilidad, su hijo Mashay.
La opulencia de su padre y los rasgos finos que configuraban su atlética y apuesta estampa, eran motivo suficiente para cautivar, a vista prima, a cualquier nativa. Las dotes que podía ofrecer  por la muchacha, eran ofrendas no dignas de rechazarse por parte de los parientes de las doncellas.
Su caballo Kasütai, enjaezado con los mas finos atuendos, hacia sentir su brioso corcoveo por los caminos de la sabana; el amo y su sombrero campeaban los montes buscando mujeres que saciaran su sed carnal. “Ahí va el gavilán, a cuál muchacha se llevará hoy”, se oía decir entre los Wayuù.
Más de vente doncellas lo tenían como esposo, cual mas bella, recién salidas del encierro eran entregadas a Mashay por una considerable dote. Algunas lo hacían complacidas, el era el sueño de muchas niñas, su solo nombre hacia palpitar corazones núbiles. Otras, sollozando, se imaginaban un futuro de soledad en el rancho, pues son efímeros los momentos felices si el esposo es tan errante como Juyà.
Después de llevarse la doncella, permanecía con ella durante uno o dos meses, para luego marcharse a la búsqueda de un nuevo amor que le llamaba a la incitación veleidosa. Ellas se abandonaban a una vida solitaria de deseos reprimidos, de chinchorros inmensos, o al consuelo de soportar un embarazo con la esperanza de una compañía que con los años corriera por el patio como uno de los tantos hijos de Mashay.
En una de esas andanzas, a Mashay le toco galopar a media noche. Había escuchado que en una ranchería un poco apartada, una linda majayu’ulü salía en esos días del encierro; ese día se iniciaba la yonna de festejos y quería tantear a los futuros suegros. Cuando galopaba entretenido le pareció escuchar un tatareo cerca de un árbol de mapùa; detuvo su caballo blanco y se acercó al árbol. Cuanta sorpresa para mashay: una linda doncella, nunca revelada ante sus ojos, le ofrecía su desnudez y su larga cabellera incitándolo a seguirla. Mashay no pudo  evitar la lujuria y se bajo del caballo. Ató la bestia al verde árbol, mientras ella lo llamaba a señas y caminaba sin pudor. El Gavilán de las pampas no podía evitar tanta emoción; pensó que era una majayu’ulü que se iba a bañar al molino cercano. Cuando estuvo cerca , la bella nativa de ojos negros le tendió su desnudez y Mashay se regaló al abrazo; entonces la belleza se comenzó a fugar, el rostro de la joven se envejecía rápidamente, su cabello crepitaba encanecido, las arrugas se aparecían por todo su cuerpo mientras las uñas se prolongaban buscando la carne del rico galán, hincando su espalda, lancinante; trató de separarse de ella pero era muy tarde: el gran enamorado, el gavilán de Cataure había sucumbido ante la engañosa belleza amiga de la noche y la soledad.
De el solo se pudo encontrar su sombrero y el fiel Kasütai atado sudoroso al árbol. Sus esposas lo lloraron, su padre nunca se repuso de la desgracia, y todos dicen que Puliwi se lo llevó a su cueva, detrás del cerro. Esa noche se escucharon truenos pero no llovió. El árbol de mapùa aún ofrece su verdor, pero pocos se acercan a él, ahí puede estar Pulowi.
Autor
ABEL MEDINA SIERRA



KÈRRALIA

Cochòn estaba bebiendo de nuevo. Era sábado, pero para el sería lo mismo que fuese lunes o miércoles. Zunilda lo vio salir, como queriendo sacarle con las ansias del hambre las monedas que llevaba en el bolsillo de su wayuco; tampoco hoy habría para comer. Llevaba en la mano tres dedos de chirrinchi que el sueño le permitió guardar para iniciar “entonado” el nuevo día.
Su mujer no sabía cuantos días sumaban desde que la costumbre de tomar se hizo permanente. Ya no había chivos en el corral, las gallinas picaban suelos ajenos, donde Cochòn las cambiaba por licor. Zunilda y sus tres hijos mascaban los granos de maíz tostado que la vecina generosa les regaló, pero todo era tristeza en el rancho y Cochòn reía en las enramadas de los amigos donde todo era fiesta.
-Aconseje a Cochòn, alaula- se quejaba Zunilda ante Jaricho, el tío de Cochon, pero la embriaguez es enemiga de la razón y Cochòn no prestó oídos a los consejos del anciano.
-La luz alumbrará el camino de los incautos – le dijo Jaricho, mas el borracho no veía la luz de la verdad; la oscuridad de la eterna fiesta en la que vivía le impedía ver las cosas con mente clara- . “No hay ron que pueda con Cochón”, decía.
Ya de nada le servían los reclamos de su resignada mujer, cada mañana iniciaba la parranda que moría a altas horas de la noche, cuando solo el conejo le pone vida a los atajos. Tampoco el llanto famélico de sus hijos lo llamarón al arrepentimiento; el chirrinchi los esperaba “No hay ron que pueda con Cochón”.
Pasaban los días y la fama de chirrinchero de Cochón se esparcía por todas las rancherías de Jarara; ya no tenía utensilios para cambiar por licor, y sin haberse dado cuenta se había entregado a la mendicidad: “Regálame un trago, mira que no hay ron que pueda con Cochón”, y ya su ebriedad de semanas enteras no le daba tiempo para visitar su hogar. De las enramadas se levantaba somnoliento, y a veces amanecía tendido en cualquier atajo, bajo cualquier árbol, incluso, recostado a un rancho que no era el suyo. El ron ya lo vencía con facilidad, su “no hay ron que pueda con Cochón”, se escuchaba sin vitalidad.
Fue una de esas noches de licor en que Cochón echo a rodar su beodez hacia donde lo llevarán sus fuerzas y sus ganas de conseguir licor. Camino y camino, y los torpes pies no sentían las espinas; camino y camino, se tropezaba y a tientas seguía; camino y camino, no se sabe cuanto tiempo, cuanta distancia; volteó y logro divisar  una luz a lo lejos: no era la luna, tal vez las linternas de los cazadores de conejos; la luz se acercaba, se iba haciendo inmensa, Cochón se encandilaba, se enceguecía, ya no sabia por donde caminaba, los pasos torpes, no había claridad en su mente. Cochón sintió el calor de la luz sobre su cabeza y trato de correr, pero su cuerpo ya no obedecía.
Dicen que fueron los vendedores de carne de chivo los primeros en encontrarlo, inconsciente y delirante; al parecer, en su loca carrera se precipitó a un barranco y un tunal lo recibió con sus espinas. El suceso se regó por las encrucijadas de los caminos, y los abuelos recordaron a Kèrralia- cuando falta la luz en lo incautos, ella aparece-, dicen que durante el día es un reptil, cualquier cactus viejo le sirve de casa, de noche sale con su luz a espantar a los necios.
De cochón sólo queda la fama de gran bebedor, su “no hay ron que pueda con Cochón”, el apodo del “mocho”, pues perdió una pierna en el accidente, un ojo sin luz, y los comentarios de que, luego de la desgracia, quedo preñado pues se veía pipón, y hay quienes aseguran que parió una iguana que hoy acecha los caminos nocturnos.
Autor
ABEL MEDINA SIERRA